* José Lumbreras García

La violencia contra la mujer

El Sol de Tlaxcala, Página 8, martes 27 de noviembre del 2018

Nuestra sociedad se encuentra inmersa, desafortunadamente, en un ambiente cada vez más violento, en términos generales; y eso desde luego, nos obliga a todos y todas a aportar lo que esté a nuestro alcance para mejorar nuestro entorno y buscar eliminar todo tipo de violencia.

Si bien, de manera general, la violencia puede entenderse como el uso inmoderado de la fuerza por parte del agresor, para lograr algún fin contrario a la voluntad del agredido, este es un término complejo, pues a través del mismo se pueden tener diversas percepciones, tiene diferentes modalidades y grados, además de que, por lo anterior, su concepción puede llegar al grado de la subjetividad; lo que para unos o unas es violencia, para otros u otras no lo es, y viceversa.

Lo anterior es por sí bastante complejo y más lo es cuando, dentro de las modalidades que este concepto puede tener, se le hace específico; pues, en efecto y como se ha dicho, la violencia puede tener muchos tipos, y todavía estos varían en su concepto y definiciones de acuerdo al medio donde se dé, el tiempo en que se presente, el entorno cultural y las disposiciones normativas que se observen, entre otros factores también relevantes.

Pero, con todo esto, hay también manifestaciones de la violencia cuya percepción no pueden ser desapercibidas o desestimadas, por su evidencia y su magnitud. Al respecto, sin duda todos y todas tendremos en nuestra mente ejemplos históricos y personales que nos generen una representación de ello.

Y dentro de estos tipos de violencia incuestionable, que se ha dado a lo largo de la historia humana, y por las más diversas vías, encontramos la violencia contra la mujer.

En efecto, tal violencia se ha materializado de diferentes formas, tan variadas y tan extendidas, que muchas veces se ha llegado a considerar parte de la cotidianeidad de los pueblos; así, muchas veces se puede entender como una forma de vida, aceptada por todos y todas, formando parte de la cultura de las comunidades humanas.

Y tan cultural llega a ser la violencia hacia la mujer, que no solamente los hombres violentan a la mujer, también la mujer suele agredir a la mujer de muchas formas, visibles y ocultas; ejemplos al respecto pueden darse muchos, seguramente usted recordará de inmediato alguno, pero el más sensible y abstracto es la formación social que, a partir de hombres y mujeres, se da a las nuevas generaciones.

Teorías para explicar lo anterior hay muchas y muy variadas, y algunas han sido aceptadas por quienes manejan preponderantemente este escabroso tema de manera casi dogmática, al grado que manifestar duda de ello puede precisamente generar una reacción violenta, autopermitida, pero violencia al fin.

Y este prefacio viene al caso, porque en días pasados (concretamente el 25 de noviembre), es conmemorado, a veces celebrado y hasta festejado, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer o Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer; quepa citar que tal fecha fue establecida por la Organización de las Naciones Unidas para recordar el asesinato de tres activistas políticas dominicanas en 1960 y para que el mundo haga conciencia que tal tipo de violencia debe ser eliminada de todos los entornos culturales.

Y es por ello que, con motivo de esta fecha ahora sabemos, presenciamos y participamos de diversos eventos que, aun sin hacer referencia al hecho que le dio origen, tienen como fin la evocación de la data antes referida; tal es la importancia de la misma, que instituciones y organizaciones, así como sus integrantes, en ocasiones hasta disputan el derecho a ser las titulares de las celebraciones, en algo a lo que no quisiera referirme llanamente como protagonismo.

Tal flagelo social es tan relevante que nadie debiera ser o asumirse como el o la gran activista de la lucha para la eliminación de la violencia contra la mujer, sino que debiera ser tarea de todos y todas, partiendo, por supuesto, de nuestra educación y la que transmitimos a las siguientes generaciones, a fin de que los niños, las niñas, los y las jóvenes tengan una concepción diferente de su sociedad y de su papel en la misma, uno que sea cada vez más inclusivo y que les permita entender que, aun con las diferencias naturales, todos y todas somos sustancialmente iguales, y que mujeres y hombres merecemos vivir sin violencia.

Los eventos conmemorativos son siempre importantes, porque nos ayudan a tener presentes tanto momentos históricos sobresalientes, como aspectos sobre los que debemos concientizarnos para tener un mundo mejor; pero en este relevante tema, como en otros que también son urgentes, igualmente sería productivo enfocar los esfuerzos sociales y, en su caso, institucionales, a acciones concretas y permanentes que rindan fruto, sobre todo a través del ejemplo, que es el que a veces hace falta.

Ojalá que pronto todos y todas vayamos comprendiendo que las banderas que podamos portar no son más importantes que nuestros actos y menos que nuestra conciencia personal; tratar de ser verdaderamente mejores día con día, seguramente reportará a todas y todos más beneficios tanto individuales como colectivos.

*Magistrado del Tribunal Electoral de Tlaxcala